domingo, 15 de enero de 2017

Un lugar de Silencio. By Claudia Luna



Nuestra vida diaria, tan llena de ocupaciones y obligaciones, nos lleva a recorrer un camino que no siempre elegimos. 

Sería mucho más fácil si fuésemos monjes Zen aislados en monasterios en medio de naturaleza y silencio. Allí sería mucho más sencillo meditar y ser la mejor versión de nosotros mismos. 

Pero resulta que estoy en el siglo 21, en una cuidad llena de ruidos, en un trabajo que demanda mi atención constante, con mi familia que en muchos casos, no comprende mis modos, mis ideas o formas. 
Atrapado en redes sociales con mensajes que llegan permanentemente y que no puedo dejar de ver, por si son importantes, rodeado de situaciones que resolver, con carácter de urgente, y estoy bastante cansado. 

Con esa descripción de la neurosis de nuestros tiempos, nos encontramos con una gran cantidad de personas que viven una vida insatisfactoria, monótona, diferente a la que soñaban o imaginaban, individuos que han perdido la capacidad de ser protagonistas de sus vidas y que muestran una marcada discrepancia entre sus capacidades y talentos y lo que realmente hacen o logran. 

Aquel que está enfocado en su personalidad es alguien que siempre sufre, se angustia y crea defensas contra esa angustia. 

Como decía Carl Jung, "La neurosis es la sustitución de genuinos sufrimientos". 

Por no querer sufrir cuando es necesario o inminente hacerlo, me enfermo. 
Las personas piensan que es el sufrimiento el que les hace mal, sin comprender que es la negación a sufrir lo que realmente daña. 

No puedes ir por la vida pretendiendo que nada te pase. Nos pasan cosas, y esto es para que podamos aprender y crecer espiritualmente hasta pulirnos hasta despegarnos de los condicionamientos de la mente, hasta que se desvanezcan todas nuestras ilusiones, hasta que dejemos de ver a través de un espejo y veamos cara a cara, hasta que nos duela tanto que digamos "ya basta", hasta que nos encontremos desnudos en medio de la nada y finalmente comprendamos que esto no tiene nada de sentido. Que nuestra vida es mucho más que un par de conflictos y frustraciones o dos zapatos nuevos menos, o un vehículo más. 

El problema es que, en vez de usar nuestra memoria selectiva para elegir olvidar aquello que nos daña, la usamos para olvidar lo que hemos aprendido día a día en nuestro camino espiritual. 

Y entonces parecemos niños que meten el dedo en el enchufe una y otra vez, en riesgo de morir por no escuchar. 

Hay muchas formas de morir. Se puede estar muerto en vida. Esa es la peor de las muertes. Sin ganas, sin fe, sin aliento, sin esperanza, sin salud, sin amor, sin metas, sin ti, sin Dios. 

Hay otra realidad. Más allá de todos estos pensamientos de muerte hay otra realidad. Es la realidad de la conciencia. Un lugar que está lleno de flores y de estrellas, de música y de aroma a pan fresco, a hogar.

Hay un lugar donde tú eres feliz. Donde nos encontramos para iluminarnos y para llevar esa antorcha de luz viva al mundo. 

Ese lugar se siente muy cómodo y familiar. Allí soy amado tal cual soy. Nada me sobra y nada me falta. 
Y que nos importa entonces que nos crean menos de lo que somos? O que nos miren feo, o que no pudimos viajar este año, o que alguien se fue por un tiempo, porque nadie se va realmente, porque vive en mi, porque vivimos todos en todos, y la muerte es solo un cambio de vestido. 

Y qué importa si no me salieron tan bien las cosas, si ya comprendí que a nadie tengo que rendir cuentas o explicarle nada. Y que todos esperen, porque nada es urgente y me tomaré mi tiempo para hacer las cosas porque esta es mi vida, y mi vida es sagrada, porque me la ha regalado Dios y tengo que hacer algo valioso con ella. 

Ese lugar me espera, todas las noches cuando concluye la función del día de este mundo poco sabio, y regreso a la tranquilidad de mi cuarto, y reposo en mi cama y mi mente comienza a cambiar suavemente del modo acción al modo descanso. 

Allí en ese silencio siento mi respiración, en ese ritmo perfecto que me une a la vida. Allí en ese silencio me busco, me encuentro y me elijo. Me preservo para mí, para Dios, para las cosas de mi padre, cosas importantes y significativas que requieren mi atención plena y mi salud perfecta. 

Ese lugar secreto, tan mío y tan sagrado, tan único porque no hay nadie como yo, sabe más de mí que nadie, porque Dios le ha susurrado quién soy para que me lo cuente. Y ha almacenado allí miles de años de sabiduría genética y conciencia cósmica  para que yo pueda cumplir mi misión. 

Ese lugar no está lejos. En realidad ni siquiera tienes que salir de tu sitio para encontrarlo. Ese lugar está en ti. Y accedes a él a través del silencio, de la decisión consciente de hacer silencio y volver hacia adentro. 

Es sencillo e inmediato. Es ahí nomas. No tienes que ser un filósofo, ni un médico, ni un gurú. 
Tienes solamente que desear vivir. 

Vamos ..? 
Claudia Luna

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