miércoles, 21 de diciembre de 2016

Llegas a mi. By Claudia Luna



Llegas aquí en este tren de la vida que te trajo hasta mi puerta, y golpeas lleno de esperanzas. 

Vienes cargado de pasado, de condicionamientos sociales, de pensamientos viejos y de muchas preguntas. 

También vienes con varias respuestas, muchas horas dedicadas a leer y aprender sobre conciencia, con tus manos llenas de nobles ideales y tú boca repleta de historias vividas. 

Llegas hasta mi. 
Tu mente, llena de expectativas y planes, de ideas y frustraciones, de eternos dilemas que llevan allí años sin resolverse. Apurado por vivir.

 Inmerso en un mundo que te jala de todos lados, en distintas direcciones, para poder cumplir con tus obligaciones y las reglas de la sociedad. 

Vienes con tu cuerpo, un cúmulo de pasiones y emociones, energía y materia, con sus ciclos y reglas, su propio paso y biología y que tampoco te permite equivocarte. 

Todo esto desintegra tu unidad interior. 

Te sientes como una mezcla incoherente de pedazos de ti mismo.
Te sientes dividido, vencido, desintegrado, incapaz de ser el amo de ti mismo, inquieto, confundido e infeliz.

Debes comprender que tu peor enemigo es la dispersión. El querer estar aquí y allá, ha conseguido que al final no estés en ninguna parte. Que no estés entero. 

Estás con tus hijos pero mientras haces tus tareas o estás con tu teléfono. 
Estás en el trabajo, pero con tu mente en casa, en que harán los niños, o tu marido, o tu mujer, o tu novio o novia. 

Estás hoy, pero pensando en lo que ya ha pasado, o en lo que tienes que hacer mañana. Nunca presente. Siempre ausente de tu vida. 

Eres un remolino de ideas sin orden, con un corazón noble y fuerte, pero abatido por tanto ruido, perdido entre la maleza de negatividad y miedos, de enojos y resentimientos, de recuerdos pasados y anhelos futuros, lleno de ansiedad y de dolor. 

Cometiendo errores todo el tiempo, juzgándote, bastante molesto de no aprender de una vez y para siempre, y sin saber por qué... 

En ese estado llegas también a las puertas de Dios a pedir que te ayude a sanar tu vida. En ese estado meditas, lees esto, pides, llamas. 

Debemos comenzar por calmar esa marea interna. Por aquietar las aguas caudalosas de tu mente. Por serenarte. Por hacer una pausa sin resolver nada. 

Solo para encontrar un poco de silencio, de quietud en tu ser. Un poquito de tierra fértil nos basta para comenzar a sembrar la semilla de la tranquilidad, que luego te llevará a generar conciencia y a encontrar así el lugar de dicha que reside dentro de ti. 

No se trata de que de repente te ilumines y te crezcan alas de ángel, ni te salga una aureola. Ni que ya nunca te exasperes, o enfades, o te caigas, o te traicione la emoción o la pasión. 

Se trata de saber que eres cuerpo, físico, astral, mental, con todas sus implicancias y limitaciones. 
Pero que también eres alma. Y esa alma tiene el poder infinito de organizarte, de re- unirte, contigo en todas tus dimensiones. De volverte un ser integrado, integral, en equilibrio de forma y contenido, con su propia música para danzar en esta tierra y conseguir elevarte hacia la otra. 
Hacia la máxima expresión de ti, hacia todas tus potencias. A reunirte con todos tus reflejos en el espejo de la vida y en el espejo de los otros. 

Saber que eres todos esos pedazos de ti que andan sueltos, en cada ser que has tocado, en cada palabra que has pronunciado, en cada acción que expresaste. Pero que además, no sólo eres lo que ves, lo que eres hoy. también eres lo que has deseado ser y no has podido, lo que serás y lo que nadie vio jamás que fuiste. 

Eres todo eso y más. Solo debes aprender a integrarte, en vez de desintegrarte y que tu alma sea el hilo conductor que mantenga todas tus piezas juntas, unidas, para que puedas jugar en el mundo de las formas, escuchar a tus emociones y a tu cuerpo, entretener tus pensamientos, pero jamás perder la imagen total de un ser infinito lleno de posibilidades. 

Namaste 🙏

Claudia Luna 



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